El miedo es una de las emociones más antiguas y necesarias que existen. Gracias a él, hemos sobrevivido como especie. Sin embargo, cuando se trata de miedos infantiles, muchas familias sienten que el miedo se convierte en un enemigo al que hay que eliminar cuanto antes.
Pero el miedo no es el problema: el problema aparece cuando lo interpretamos como algo que hay que evitar, y no como algo que podemos aprender a gestionar.
Desde la Psicología Infantil, comprendemos el miedo como un sistema de protección. En los niños y niñas, este sistema funciona igual que en los adultos, pero con una gran diferencia: su cerebro todavía está en desarrollo, y su imaginación es tan viva que puede convertir una sombra en un monstruo o un ruido en una amenaza. Por eso, los miedos infantiles no son un signo de debilidad, sino una parte del crecimiento emocional.
El miedo como emoción básica
Cuando un niño siente miedo, su cuerpo activa una especie de “alarma interna”: el corazón se acelera, respira más rápido y se tensan los músculos. Es el cuerpo preparándose “por si acaso”.
Esta reacción, aunque incómoda, no es peligrosa. Lo importante es que aprenda a reconocer esas sensaciones y entienda que su cuerpo está intentando protegerle, no asustarle.
El miedo también tiene una parte mental: los pensamientos. Los niños tienden a sobreestimar el peligro (“va a pasar algo malo”) y subestimar su capacidad (“no puedo hacerlo”). Por eso, necesitan de un adulto que les ayude a poner palabras y perspectiva a lo que sienten.
Y, por último, está la parte conductual: lo que hacen para manejar el miedo. Algunos evitan (“no quiero ir”, “no quiero mirar”), otros buscan seguridad (“quédate conmigo”, “enciende la luz”). A corto plazo, esas conductas calman, pero si se repiten mucho, el cerebro aprende que solo puede estar tranquilo si evita lo que teme.
Cómo se aprenden los miedos infantiles
Los niños aprenden lo que es peligroso de tres formas principales:
Por experiencia directa: si un perro ladró muy fuerte una vez, puede quedar grabado como algo amenazante.
Por observación: si mamá o papá se tensan o cruzan de acera al ver un perro, el niño aprende que hay que tener cuidado.
Por información: frases como “ojo, que los perros muerden” o “no te separes, que te puede pasar algo” refuerzan la idea de peligro.
El modo en que los adultos reaccionamos ante el miedo también les enseña mucho. Si acompañamos desde la calma y la empatía, enseñamos que se puede sentir miedo sin que el miedo mande. Si reaccionamos desde la prisa o la sobreprotección, el niño aprende justo lo contrario: que el miedo es demasiado grande y que no puede enfrentarlo solo.
Los miedos infantiles por etapas
Los miedos infantiles cambian con la edad. No es lo mismo lo que asusta a un bebé que lo que inquieta a un preadolescente. Cada etapa del desarrollo tiene sus propios temores esperables:
De 0 a 2 años: predominan los miedos a los ruidos fuertes, a los extraños o a separarse del cuidador principal.
De 3 a 4 años: aparecen los monstruos, las sombras, la oscuridad. Su pensamiento mágico está en pleno auge: lo que imagina, lo vive como real.
De 5 a 6 años: pueden temer a los animales o a las tormentas; también surge la necesidad de “comprobar” y preguntar mil veces si todo está bien.
De 7 a 8 años: el pensamiento se vuelve más lógico y aparecen miedos a accidentes o enfermedades.
De 9 a 12 años: se intensifican los miedos sociales: hablar en público, equivocarse, “hacer el ridículo” o no encajar en el grupo.
Estos miedos no son patológicos. Forman parte del desarrollo y, en la mayoría de los casos, se van superando con apoyo, comprensión y tiempo. Lo importante es observar si el miedo se mantiene, interfiere en la vida cotidiana o limita su autonomía.
Cómo acompañar los miedos infantiles desde casa
Acompañar el miedo no es eliminarlo, sino ayudar a atravesarlo. La clave está en tres verbos: regular, educar y exponer.
Primero, regular.
Antes de decir “no pasa nada”, necesitamos ayudar al niño a bajar su activación: respirar juntos, darle seguridad, nombrar lo que siente. Un adulto alterado no puede calmar a un niño asustado.
Después, educar.
Cuando el cuerpo ya está más tranquilo, explicamos con palabras sencillas lo que ocurre: “Eso que notas en la barriga es miedo. Es tu cuerpo avisándote de que algo te preocupa, pero no estás en peligro”.
Y, finalmente, exponer.
Evitar lo que da miedo lo refuerza. Por eso, conviene practicar poco a poco con lo que asusta, usando herramientas como la “escalera de valentía”: dividir el reto en pasos pequeños, avanzar gradualmente y celebrar cada logro.
Un ejemplo: si teme dormir solo, el primer paso puede ser estar dos minutos con la luz tenue, luego cinco, después con la puerta entreabierta, hasta que logre hacerlo sin ayuda. Cada peldaño es un aprendizaje de autonomía.
La importancia de la co-regulación
Los niños no aprenden a calmarse solos: aprenden a calmarse a través del adulto.
Esto es lo que llamamos co-regulación: la calma que transmitimos con nuestra voz, con nuestro cuerpo y con nuestra presencia.
Cada vez que un adulto sostiene el miedo de un niño sin ridiculizarlo ni negarlo, su cerebro aprende a sentirse seguro y a confiar. Esa es la base de una buena regulación emocional.
Cuándo buscar ayuda profesional
La mayoría de los miedos infantiles se resuelven con acompañamiento familiar y paciencia.
Sin embargo, hay ocasiones en que el miedo se vuelve demasiado intenso, persistente o interfiere en el día a día.
Algunas señales de alarma son:
- El miedo no encaja con la edad evolutiva del niño.
- Afecta al sueño, al colegio o a las relaciones sociales.
- Genera llanto, crisis o síntomas físicos frecuentes.
- Obliga a la familia a reorganizar su vida para evitar determinadas situaciones.
En esos casos, consultar con un/a psicólogo/a infantil puede marcar la diferencia. En terapia se trabaja la psicoeducación, la exposición gradual y el apoyo a la familia para practicar en casa. El objetivo nunca es “que desaparezca el miedo”, sino que el miedo deje de tener el control.
Referencias
Basado en el Taller de Miedos Infantiles de Rebeca Gómez (psicóloga y estudiante en prácticas en Enlaza Psicología) y apoyado en la bibliografía científica:
Barrett, L. F. (2018). La vida secreta del cerebro: Cómo se construyen las emociones. Paidós.
Méndez, F. X. (2010). El niño miedoso: Estrategias para superar los miedos infantiles. Pirámide.
Muris, P., & Field, A. P. (2010). The role of verbal threat information in the development of childhood fear. Clinical Child and Family Psychology Review, 13(2), 129–150.
Rachman, S. (1991). Neo-conditioning and the classical theory of fear acquisition. Clinical Psychology Review, 11(2), 155–173.
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